HISTORIA

Eduardo Torres nació en el barrio “El Talar”, nombre que recibía la zona en aquella época. Creció entre el rumor de los trenes, el silbido del viento entre la frondosa arbolada del parque de la Agronomía, casas bajas, el albergue Warnes y muchos clubes vecinos.
“Le pedía a mi tío pasear por el parque para  juntar moras y huevos de gallina, pero la emoción mayor era subir a la Garita y desde allí despedir  los trenes. La garita del ferrocarril era un castillo en mis fantasías de chico. Jugaba cerca de las vías y arriba estaba el guardabarreras, pensaba que vivir en un lugar así era lo mejor que podía existir en el mundo”, expresa Eduardo.
El tiempo comenzó su marcha lenta como el tren carguero que veía pasar siempre a la misma hora. La rutina de las cosas simples y cotidianas lo fue ocupando en su vida. Entre tanto trajín hizo una carrera de arquitecto y montó un aserradero para irse ganando la vida. Claro que la garita, estaba siempre en algún lugar de sus pensamientos. 
Mientras tanto, La Garita, sola, muda espectadora, se iba deteriorando. El quiosco de los Boria había desaparecido, y ya no le hacía compañía. Sólo quedaba íntegro el eucaliptus enorme, que había plantado su padre… casualmente allí, en ese lugar, se fundó luego la Biblioteca y Club J.G. Artigas.
 “Cuando quedó vacía y olvidada la redescubrí. Era mía, no podía perderla. Este lugar había quedado abandonado, solo lo recorrían gatos y vagabundos. Inicié gestiones, averiguaciones y trámites ante el ferrocarril. Llené montones de formularios. Pero fue inútil”
Uno de los condimentos más apetitosos de la burocracia es el suspenso, nunca se sabe hacia que extraños vericuetos pueden derivar los expedientes.
Torres obtuvo finalmente la concesión, pero al llegar a hacerse cargo, se encontró con que la garita había sido demolida. Primero fue la desilusión, después la impotencia. Pero Eduardo quería pagarse su viaje de retorno a la infancia y no estaba dispuesto a abandonar su proyecto:
“Esto me impulsó con más fuerza a la pelea. Comencé a reconstruir una garita nueva. Ese desafío me llevó a quererla más, a valorarla más… Decidí reconstruir la garita y lo conseguí. Utilicé principalmente madera y me di el gusto de desarrollar mi modelo de casa. Sesenta metros cuadrados en tres plantas, el hombre no necesita más para ser feliz”
La Garita es su vivienda, sumamente confortable en pocos metros cuadrados. En el primer piso está la recepción, en el segundo el taller, compartiendo la función de cuarto de Fidel, su hijo y en el tercer piso instaló su dormitorio.
“Por la ventana veo salir el sol y crecer la alfalfa, también miro como brilla la luna sobre los rieles y observo el club donde me crié, mi querido Club Comunicaciones. El rumor de los trenes me ayuda a dormir, solo me desierta un tren carguero de las siete y cuarto de la mañana que nunca termina de pasar”.
Después de varios años Eduardo se enteró que el árbol que quedó como invitado de honor dentro de la construcción; sobra por fuera, sostén por dentro, es aquel que plantó su padre.
Junto a su casa, construyó un bar con escenario. Una estufa a leña hace del lugar un espacio cálido y distinto.
Desde su inauguración, en 1986, fue en constante crecimiento. El arte siempre presente en sus más variadas expresiones: música, poesía, pintura, teatro, etc
“Me gusta estar en el café, atender a la gente. Es la única manera de conocerla. Aquí se viven experiencias de vida muy fuertes”
Eduardo es un artista nato. Actor, escritor, carpintero, y viajero incansable, hasta el punto de tener su otra casa construida sobre un micro.
“Yo pude hacer muchas cosas, pero en todas puse mi creatividad. El artista es capaz de mover el mundo. Esto es tan cierto como que, hasta la economía, que es tan fría, podría cambiar con un artista a la cabeza”
“Estando aquí en La Garita, vuelvo a ser chico. Buceo en mi esencia, es decir, miro mi propia película. Este es mi cable a tierra y mi lugar en el mundo”
La Garita significa  la culminación del más querido sueño de su infancia. Ese lugar de inspiración que albergaba a tantas reconocidas personalidades semana a semana, renacía en un nuevo proyecto: convertirse en un Club, para poder funcionar como museo y centro cultural.
Eduardo, comenzó a comprar elementos del ferrocarril. Adquiría lo que el Estado remataba: Vagones, Zorras, etc.
“Mientras el país vendía, remataba y privatizaba, nosotros tratábamos de comprar, con los pocos mangos que teníamos, lo que podíamos”
En el año 2000 se obtuvo la Personería Jurídica, y comenzó a funcionar como tal.

La Garita Club tiene en su haber más de 4000 shows, y 700 muestras de pinturas. También allí funcionó durante muchos años el Club del ‘Polaco’ Goyeneche, y el ‘Club de los Bateristas’. Este último fue reconocido por la realización de encuentros insuperables, como aquel asado compartido entre la consonancia de 25 bateristas tocando simultáneamente, entre los que se destacaban Daniel Volpín, Black Amaya, los bateristas de José Luis Guerra, el de La Ley y el de U2 entre otros.
Se caracterizó desde sus inicios por ser elegido por los más reconocidos artistas nacionales, así como también el lugar para visitar por quienes pasan por nuestro país ocasionalmente.
Norman Briski, Norma Leandro, Luis Brandoni, Charly García, Fito Páez,  Ulises Dumont, Gerardo Romano, Miguel Angel Solá, Dalmiro Sáenz, Imanol Arias, Joan Manuel Serrat, Robert Duval, son apenas algunos de los tantos que cuentan entre sus recuerdos, momentos vividos en La Garita Club.
La Garita Club contribuye al enriquecimiento del quehacer cultural de nuestro barrio, acercando el arte en sus diversas expresiones a la comunidad.
“Cuando yo crecí todo eso quedaba lejos… Mi idea fue exactamente eso, traer al barrio todo lo que transcurría culturalmente en los barrios céntricos de la ciudad” explica Eduardo con la gran satisfacción de saber que lo logró.  
La lucha cultural es fundamental para sostener la confrontación de clases en la sociedad moderna.
La Garita Club se propone contribuir a formar conciencia para aportar al desarrollo de la subjetividad popular.